rico, y que los periódicos hablasen de él y le
saludase la gente, aunque fuera a costa de la vidaAvanzaban los toreros súbitamente empequeñecidos al pisar la arena por la grandeza de la perspectiva. Eran como muñequillos brillantes, de cuyos bordados sacaba el sol reflejos de iris.
Gallardo palideció aún más, como si toda muestra de agrado que no fuese para él equivaliera a un olvido injurioso
Gallardo marchó hacia la fiera con su ceguedad de impulsivo, como si no creyese en el poder de sus cuernos luego de salir ileso: dispuesto a matar o a morir... sin retrasos ni precauciones... Veía rojo, cual si sus ojos estuviesen inyectados de sangre.
El toro...se revolvió para atacar de nuevo al brillante monigote que yacía inmóvil en la arena